Hay tantas formas en que la violencia contamina nuestras relaciones íntimas. Con mucha frecuencia no nos damos cuenta de esa violencia o, tal vez la justificamos.
Lilian ha perdido el interés en hacer al amor con su esposo Alex ya que no se siente segura. En el fondo Alex tiene una corriente crónica de enojo que con frecuencia le avienta a Lilian cuando ella se comporta de maneras que el considera caóticas y fuera de su centro.
Diana se queja de que su pareja Peter no pasa suficiente tiempo con ella y explota cuando él llega 10 minutos tarde del trabajo.
María está a punto de querer separarse de su pareja Julián porque con frecuencia él la critica y controla todo en casa.
Ángela nos compartió en un taller, que su esposo la golpeó y ahora ella le tiene miedo constantemente.
Roberta critica y compara a Samuel su pareja con amantes del pasado, cada vez que él, debido a sus miedos e inseguridades, no la satisface sexualmente.
Estos son algunos ejemplos de cómo, sabiéndolo o no, podemos ser agresivos en nuestras forma de relacionarnos.
Tal vez creamos que la violencia en las relaciones se limita a ser física, sexual o verbalmente agresivos. Pero de hecho es mucho más que esto.
Estamos violentando a la otra persona y destruyendo la relación, cuando exigimos, tenemos expectativas o forzamos nuestra voluntad sobre el otro, cuando no le escuchamos ni le sentimos, cuando nos cortamos sin comunicarlo, cuando jugamos a la víctima, controlamos, criticamos, culpamos y nos quejamos, cuando hacemos rabietas, gritamos, analizamos, “terapeamos” o rescatamos a la otra persona.
Estos comportamientos pueden ser crónicos pero comúnmente surgen cuando somos provocados de alguna manera; ya sea al no obtener lo que queremos de nuestra pareja o bien por ser invadidos en nuestros límites.
Al ser detonados, nuestras reacciones pueden ser poderosamente compulsivas.
Tal vez no reconozcamos que estos comportamientos son violentos; especialmente si nuestro comportamiento es el de retraernos, controlar o juzgar.
Estos comportamientos debilitan y socaban seriamente la confianza y seguridad de cualquier relación, por lo que es importante que traigamos una conciencia amorosa a cada uno de ellos.
Podemos cambiar la forma de relacionarnos y el futuro de la relación, al comprender lo que hacemos, porqué lo hacemos y el impacto que ello tiene en el amor, así como también al aprender herramientas para detener este comportamiento automático.
Los comportamientos que hemos mencionado afloran desde el miedo: miedo a la invasión, a la crítica, al rechazo, a la cercanía, a perdernos en el otro o a exponernos. Estos miedos tienen su origen en experiencias dolorosas de nuestra infancia y su propósito es protegernos de sufrir más dolor.
Estos comportamientos de protección generalmente son tan viejos, tan profundos, automáticos, reactivos y habituales, que tal vez no nos demos cuenta de los miedos que yacen debajo de ellos y desconozcamos otra forma de relacionarnos al ser detonados. Incluso podamos creer firmemente que son justificables.
Por ejemplo Alan, un banquero pudiente, había estado en una relación con Alicia, una mujer impresionada con su carisma, inteligencia y riqueza y quien también disfrutaba que se hicieran cargo de ella. Alan mantenía el control intimidándola, analizando sus fallas y sus sentimientos, comprándole regalos y haciendo viajes muy interesantes. Cuando le preguntamos acerca de su necesidad de control, nos dijo que necesitaba llevar la mano, ya que de otra manera se podían aprovechar de él. Esa fue siempre su experiencia con sus novias anteriores, por lo que ahora requiere estar en control para mantener una cierta distancia y no ser demasiado vulnerable.
La mayoría de nuestras estrategias de defensa son violentas.
Sin embargo, a veces nuestra necesidad de protegernos de recibir más dolor puede ser tan profunda y convincente que no podemos imaginarnos comportándonos de otra manera y no reconocemos el precio que pagamos por comportarnos así.
El trágico resultado es que esa protección automática daña la confianza tan delicada que necesitamos para que el amor crezca y florezca, también crea resentimiento y eventualmente destruye la relación.
La novia de Alan resentida, terminó dejándolo. Le tomó un largo tiempo salir del shock y reconocer el precio que estaba pagando por su anhelo de ser cuidada por un hombre, para después encontrar el valor de dejar la relación.
Delineamos un proceso de tres pasos para aprender a detener nuestro comportamiento violento en las relaciones.
Paso 1: Reconocer, abstenerse y contener.
En el primer paso comenzamos a reconocer cuando estamos siendo agresivos hacia la otra persona, en cualquiera de las formas mencionadas arriba.
Después, tenemos que aplicar algo de disciplina para empezar a abstenernos de comportarnos de esta manera, conteniendo la frustración y la compulsión de reaccionar de la misma manera.
Paso 2: Respirar, sentir e ir hacia adentro.
En este siguiente paso, necesitamos tiempo para respirar hacia la frustración, sentir la cualidad de la agresión, sentir el dolor que causa y preguntarnos: “¿Cual es el miedo que está debajo, que alimenta este comportamiento y de donde viene? La manera de sentir si un comportamiento es agresivo, es tomarse el tiempo para sentir la experiencia del cuerpo cuando lo estamos actuando o bien después de haberlo actuado. Generalmente hay una contracción en el plexo solar, en el vientre o en el área del pecho, un sentimiento de separación con la otra persona y finalmente dolor de haber lastimado a quien amamos. Otro síntoma también es el estar enfocado en la otra persona.
Paso 3: Reparar y reconectar.
Este último paso es crucial. Involucra el enmendar al compartir con la otra persona que reconocemos cómo es que nuestro comportamiento daña la confianza, exponiendo nuestros miedos que están debajo y ofreciendo disculpas desde el corazón.
Sin embargo, solo podemos tomar este último paso si no justificamos nuestro comportamiento y si comenzamos a trabajar profundamente con el dolor y el enojo que tal vez aún carguemos del pasado, por todas aquellas ocasiones donde fuimos maltratados o descuidados siendo pequeños y vulnerables.
Quizás algunas veces requiramos de la ayuda de un terapeuta calificado para reconocer nuestro comportamiento agresivo y para aprender herramientas para comunicarnos desde un espacio vulnerable, de manera que podamos restablecer una conexión amorosa con el otro.
Tomar este paso puede hacer la diferencia entre una relación fallida o floreciente.